Antes de iniciar con la tercera parte de está historia quisiera agradecer a la persona especial que me a corregido y ayudado en el proceso, quizás no gane un premio pero es lo mejor que he escrito y estoy contento con el resultado, gracias a ti que me has dado la inspiración, sin ti estos relatos serían inconcebibles.
Además para las personas que han dado algunos minutos de su tiempo en leer las dos partes anteriores de Arrebato espero que lo disfruten y sigan leyendo esta serie, cualquier critica o comentario será mas que bienvenido.
Arrebato Parte III
El prisionero aguardaba en su celda.
Desde fuera, sólo se podía escuchar el lento
sonido del viento que para el
prisionero sonaba más a los lamentos de los muertos que a una simple corriente
de aire; aunque para un “dead man walking” (como lo era ahora el prisionero)
todas las cosas hablaban y sonaban a
muerte.
Desde la noche que fue capturado y
puesto en esa celda, una pesadilla le impedía descansar, la cual que como
horrible deja vú, venía a él noche tras
noche. En ella el prisionero era capturado por una grotesca bestia en esa misma
celda, el alguacil era testigo de ello, pero en su sueño sólo se limitaba a
reír como poseso mientras el ser lo convertía en jirones.
El prisionero sabía que un hombre en
su posición no podía darse el lujo de soñar, y mucho menos de detenerse en
cavilaciones sobre ellos; así que en esos pocos minutos se obligó a controlar
la ansiedad que le producían. Antes esa sensación lo había agobiado hasta el
límite de la cordura, una semana antes de cada uno de sus golpes le era casi
imposible conciliar el sueño; repasaba paso a paso la ejecución y los posibles
pormenores.
Cambio la expresión de su rostro, pues
si el alguacil percibía el mínimo rastro de sus intenciones, no dejaría
acercarse al mocoso. Ocultó de sus facciones la sed de sangre, en sus ojos ya
no se reflejaba el profundo odio que sentía por el alguacil, su rostro era el
claro reflejo del arrepentimiento y la serenidad; la máscara perfecta para esta
última actuación.
La puerta chirrió mientras se abría
lentamente, el sonido le molestó demasiado, aunque no dio señales de ello; el
alguacil entró seguido de cerca por un niño.
El niño vestía un par de pantalones
viejos y gastados, que hacían juego con
la sucia y raída camisa que usaba;
el prisionero había vestido de la misma manera los primeros 8 años de su
vida y por ello odió más al pequeño.
El alguacil dirigió lentamente al niño
frente a la celda, se detuvo a una distancia razonable de la reja, lo miro
durante un momento, que para el prisionero pareció durar horas, y tras unos
momentos hablo, –Esta es la basura humana que acabo con tu padre, justo después
de eliminar a tu madre. Es por este
inmundo ser que a partir de hoy tengas que vivir en un orfanato. Quiero que
mires este rostro por única y ultima ocasión, y que aprendas que la justicia
siempre te alcanza, y ten por seguro que te hará pagar cada uno de tus
crímenes, por eso debes portarte bien. – el pequeño miro al prisionero
directamente a los ojos, su profunda mirada
estaba llena de dolor y confusión; el prisionero pensó que sus ojos eran
enormes para su rostro, eran de un verde tan claro que era imposible no
mirarlos, –Es tu turno basura, habla y
dile a este pequeño por que demonios acabaste con sus padres. – ordeno el alguacil.
El escenario estaba listo, el publico
frente a el esperaba impaciente y esa era su señal.
Haciendo uso de todo su talento
histriónico comenzó su actuación, no la mas importante de su vida pero si la
ultima; esta debía ser perfecta. Sus
gestos, el mas sutil movimiento, el tono de su voz, todo estaba calculado y
ejecutado limpiamente.
En su primer acto hablo sobre su
terrible infancia y la dura transición adolescente, mientras hablaba el niño
dio unos pasos adelante, esto lo hizo sonreír por dentro.
En el segundo acto hablo de su padre, y de como escapo del viejo
maniático; pueden tener por seguro que
sí su padre hubiera corrido el mismo destino que el padre de ese pequeño, justo
ahora estaríamos mirando a un actor o a un simple borracho; pero el macabro
sentido del humor de la vida dotó tanto al prisionero como a su padre de una
puntería sobrenatural, la misma que le permitió sobrevivir a algunos tiroteos y
poder retorcer al fruto de su semilla.
Para cuando termino el acto, podría alcanzar
al niño si estiraba el brazo a través de los barrotes; aún no era el momento,
no aún.
El tercer acto sería el más breve de
toda su actuación. En el hablo sobre la
madre del niño y de como la había conocido, narro el tacto de su dulce y
delicada piel y de como se erizaba bajo el tacto de sus manos, en el suave olor
a lavanda que desprendían sus ropas al quitarlas de su cuerpo. El alguacil grito que se detuviera, mientras
el niño rompía a llorar, su pequeño rostro estaba congestionado por el horror y
el odio, la sangre inyectaba sus verdes y grandes ojos confiriéndole un aspecto
demencial, sus puños apretados temblaban en sus costados… faltaba poco solo
unos segundos más…
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De forma abrupta el niño corrió hacia los barrotes con los puños levantados; el
alguacil quedo clavado al piso por la sorpresa su reacción fue lenta, para
desgracia del pequeño los reflejos del alguacil decidieron tomarse un descanso
en el momento menos indicado. Estiro el brazo para intentar detenerlo, su mano
se cerro atrapando soló el aire, cerro
los ojos un instante y volvió a abrirlos, pudo ver como el pequeño puño del
niño se estampaba contra el rostro del prisionero, mientras este lanzaba su
puño derecho contra el pecho del niño, en la mano del prisionero un pedazo de hierro
brillaba maliciosamente. El hierro se hundió por completo entre las costillas
del niño y mientras un discreto
hilo de sangre comenzaba a brotar de los inocentes labios del huérfano,
el prisionero giro la muñeca con un movimiento diestro y preciso haciendo
chillar al pequeño y quebrando dos de sus costillas. Con violencia extrajo el
hierro dejando un enorme cirulo rojo en la camisa, de su rostro había
desaparecido el odio siendo remplazado por una larga sonrisa burlona y una
mirada retadora. Quizás el niño estaba loco, quizás era la impresión de haber
sido apuñalado, pero esa sonrisa manchada de sangre era lo mas escalofriante
que el prisionero había visto en su vida.
Lanzo un nuevo ataque hacia el cuello
del pequeño, pues quería desaparecer esa mueca, el hierro se hundió en la carne
y volvió a hacerlo una segunda ocasión, no hubo oportunidad de una tercera por
que la mano del prisionero estaba deshecha por empuñar la improvisada arma, la
sangre manaba lentamente, la mano punzaba y le escocia. Tuvo por seguro que la
perdería, aunque de que le serviría en el mas allá.
En el breve instante que le tomo
contemplar su mano hecha jirones, su brazo fue apresado y retorcido
violentamente, el hierro se deslizo entre sus inútiles dedos hacia el suelo; el
mismo agarre de hierro tiro de el con fuerza haciendo chocar su cabeza contra
los barrotes. Si el alguacil seguía apaleándolo de esa manera, como era probable,
no quedaría mucho prisionero que colgar al día siguiente.
Con el
brazo aun apresado entre los barrotes levanto la mirada, aunque no podía
enfocar bien por el golpe, el prisionero estaba seguro de que lo que sea que lo
había atrapado no era el alguacil.
El rostro que le devolvía la mirada no
era humano, pues cada centímetro de el estaba cubierto por un pelaje blanco y
gris atigrado, la boca del ser estaba repleta de inmensos colmillos, el
prisionero no lo habría reconocido nunca de no ser por la sangre que manchaba
la siniestra sonrisa y por aquellos ojos felinos imposiblemente verdes que lo
escrutaban.
La bestia (o el pequeño) apreso el
brazo que le quedaba libre, arrastrándolo cada vez mas cerca de sus fauces.
Cuando se encontraron frente a frente, el prisionero pudo escuchar los
pensamientos de la bestia, -Yo seré el que cobrara cada uno de tus crímenes,
pagaras la sangre de tu hermano, pagaras por el llanto de cada mujer que
violaste, las vidas que por puro placer tomaste, cada centavo que hurtaste,
aquí esta encarnado el final de tus mentiras. Así que te recomiendo que
comiences a rezar y que lo hagas rápido, pues hoy conocerás a tu creador.-
Las palabras salieron atropelladas
entre sus retorcidos dientes, la mezcla de plegarias y suplicas no surtían
efecto en la bestia, que reía sin parar en su cabeza.
La sangre y sus aullidos llenaban la
instancia; pudo ver al alguacil sobre el brutal abrazo de la bestia,
sosteniendo su arma y suplico a Dios que le disparara de una vez y terminara con
esa carnicería. La bestia lo estaba devorando vivo, sentía como las garras se
aferraban a la carne de su espalda, sentía cada uno de los colmillos que
estaban clavados en su cuello, a pesar de eso el prisionero seguía
completamente lucido, su sistema nervioso enloquecido enviaba punzadas de dolor
por todo su cuerpo. Ahora conocía lo que le aguardaba en el infierno, justo
ahora que el niño le arrebataba lo único que le quedaba, su vida.
Su visión estaba manchada de rojo
aunque veía con claridad, la risa de la bestia le impedía escuchar sus
pensamientos, era una risa demencial y descontrolada, en el fondo pudo ver al
alguacil que apuntaba a su cabeza, su sombrero de ala ocultaba por completo su
rostro, lo único que podía ver era el brillo de las lagrimas que comenzaban a
brotar de sus ojos. El disparo sonó como
un cañonazo en el pequeño espacio de las celdas de detención, el prisionero ya
no estaba ahí para notar que el olor a pólvora era intenso,
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Tras las rejas el hombre se agitaba en
sueños, el alguacil miraba en silencio a aquel malnacido que en su cuenta tenia
5 asaltos a trenes federales, la vida de 1 menor, 4 mujeres y 17 hombres; dos
de ellos ayudantes suyos, y mas importante aun amigos cercanos. Lo había
seguido por mas de 4 estados del sur, tras 7 meses de cacería por fin lo había
atrapado.
El hombre tras las rejas profirió un
sonido gutural, parecido al que uno hace cuando comienza a ahogarse, se
incorporo bruscamente y quedo apoyado en sus codos, con los ojos desorbitados
mirando en todas direcciones y el rostro cubierto de sudor. Al notar al
alguacil dio un pequeño gritito y retrocedió un poco en su sucio y viejo catre,
toco la pared con su espalda y sufrió un sobresalto mas.
Al ver el estado deplorable en el que
estaba no pudo evitar sonreír, –Tú hora a llegado escoria. Llego la
hora de pagar.- dijo el alguacil mostrando la cuerda que llevaba al hombro.