Arrebato (Parte II)
Tras las rejas el hombre se agitaba en sueños, el alguacil
miraba en silencio a aquel malnacido que en su cuenta tenia 5 asaltos a trenes
federales, la vida de 1 menor, 4 mujeres y 17 hombres; dos de ellos ayudantes
suyos, y mas importante aun amigos cercanos. Lo había seguido por mas de 4
estados del sur, tras 7 meses de cacería por fin lo había atrapado.
El hombre tras las rejas profirió un sonido gutural,
parecido al que uno hace cuando comienza a ahogarse, se incorporo bruscamente y
quedo apoyado en sus codos, con los ojos desorbitados mirando en todas
direcciones y el rostro cubierto de sudor. Al notar al alguacil dio un pequeño
gritito y retrocedió un poco en su sucio y viejo catre, toco la pared con su
espalda y sufrió un sobresalto mas.
Al ver el estado deplorable en el que estaba no pudo evitar
sonreír, –La conciencia suele jugar
malas pasadas– dijo el alguacil en tono casual. El prisionero lo miraba
fijamente sin pestañear, el pánico de su rostro desapareció de súbito,
reemplazado por una mascara de cínica
serenidad, –Temo que desconozco de lo que usted esta hablando alguacil, en mi
vocabulario no existe algo parecido a la conciencia. Quizás para el puñado de
cerrados de mente que habitan este pueblucho signifique algo, yo me encuentro
más allá de esos preceptos. – BLAM.
El disparo sonó como un cañonazo en el pequeño espacio de
las celdas de detención, el prisionero en un arco reflejo cubrió su rostro para
intentar detener el tiro, el olor a pólvora era intenso, el prisionero sintió un tibio liquido correr
por la parte interior de sus muslos, al darse la vuelta, pudo ver que la bala
quedo incrustada a 3 centímetros arriba del sitio donde su cabeza había estado
antes del tiro.
El alguacil rio un poco, odiaba a “tipos duros” como el que
tenia enfrente, el poder hacerlos orinarse encima era una de las pocas cosas
que le agradaba al lidiar con ellos; muy pocos eran duros después de 3 noches
en las sucia celda que tenia reservada, a los que les quedaba un poco de
“dureza” solían perderla después de un juicio publico donde el veredicto era la
soga; este no parecía ser ninguno de los anteriores, era como una de esas
serpientes de este lado del desierto que
aun después de decapitadas intentaban darte un ultimo mordisco. Era
astuto y muy probablemente por su manera de hablar, había ido a la escuela más
de lo necesario para trabajar la tierra o unirse a un convoy de transportes. No
obstante el alguacil era astuto como un diablo y había asistido a la escuela
dos años más a petición de su padre. Con
el juego en tablas el prisionero tenia las de perder.
–Parloteas mucho… y no me sorprende que una bestia como tú
no sienta culpa por sus crímenes, han sido muchos como tu los que me han mirado
desde ese mismo lugar, conozco a los de tu calaña. – dijo tranquilamente,
mientras regresaba el revolver a la funda de donde había salido a una velocidad
vertiginosa. –No es una Visita social, así que será mejor que cierres esa sucia
boca–, el prisionero asintió mientras hacia la pantomima de cerrar su boca con
un candado y arrojar la llave. –Veo que te diviertes aquí, casi siento pena por
que tengas que terminar tus vacaciones colgado frente a todo el pueblo. –,
ambos se miraban a los ojos mientras el silencio se apoderaba de la estancia,
un largo rato estuvieron asi, en silencio, sin apartar la mirada del otro
durante lo que parecieron ser horas para el prisionero, –No habrá confesión
para ti, y no habrán una ultima cena para ti, solo obtendrás tu “last will”. –
El rostro del prisionero se contrajo como si lo hubieran
abofeteado, calvo su mirada asesina en los ojos del alguacil, – Y dígame, pese
a que intuyo ya su respuesta, a que se debe esta cruel alteración de las normas
humanas, ¿acaso un desdichado condenado a muerte, como su servidor, no merece
un ultimo bocado y la oportunidad de pedir el perdón de dios nuestro señor? – dijo de manera teatral y dolido el
prisionero. La sonrisa desapareció del rostro del alguacil, dio unos pasos sin
apartar la mirada, metió la mano al guardapolvos y extrajo un cigarrillo y una
cerilla, la raspo contra su uña y dio unas caladas al cigarrillo, la cerilla
arranco unos destellos a la placa que pendía de su pecho, –Un hombre como tu,
si a alguien de tu tipo se le puede llamar así, no tiene derecho al perdón, tu
no le concediste esa oportunidad a Robert cuando lo acribillaste en el tren, y
te quitare tu comida, al igual que tu se la arrebataste al pequeño hijo de Robert
cuando acabaste con su padre y su madre. Y si eres tan listo como te crees, esa
intuición tuya te dirá que no es una gran idea presionarme. No solo traigo
malas noticias esta noche, tengo dos últimos obsequios que pueden gustarte, hoy
debo llevar al pequeño hijo de Robert al orfanato, esta justo afuera, si te disculpas
hare que te traigan algo de comer. –
El prisionero miro atónito al alguacil en sus 29 años de
vida no había estado tan sorprendido, asintió levemente sin mirar a ninguna
parte. El alguacil dio media vuelta y salió por la puerta.
El prisionero se lanzo rápidamente a sus viejas y gastadas
botas, ambas eran de distinto par; la más nueva era negra con costuras, pero la
que le interesaba era la bota café. Hacia más o menos 6 años había encajado una
hoja metálica afilada en su suela y la había ocultado con una tira de cuero, el
andar de los años la había hecho imperceptible.
Ahora fuera de su escondite la vieja y oxidada hoja parecía
cantar, y su macabra canción lenta y fría hablaba sobre saludar y compensar al
pequeñin.